domingo, 8 de marzo de 2009

...:::Los detalles:::...


En la pasada entrega de mi columna les prometí contarles cómo me había ido en mi San Valentín y como soy una mujer de palabra: ahí les va.

El sábado 14 de febrero me di licencia para sentir. Todas mis amigas, por una u otra razón, habían ocupado su día del amor con sus históricos amores o con nuevas conquistas. Yo no podía dejarme caer en la depre anual que me había acompañado los últimos dos años de mi vida.

Como les había dicho, le mandé un correo a Armando diciéndole que tomaría las riendas de ese día y que se dejara guiar por mí. “Pasajero” contestó desde su antiguo correo, aquel con el que había hecho contacto conmigo hace unos meses atrás. Honestamente no tenía nada “súper mega planeado” por lo que me pasé la mayor parte del tiempo pensando en qué hacer. No quería para nada llamar a mis hermanas para que no se enteraran que ese día yo había cedido. Todo el trajín se puede resumir en una persecución al encargado de frutas y vegetales de un supermercado de la ciudad solicitándole unos fresones que utilizaría en mi “plan”. Luego pasar a probarme mil vestidos y pantalones donde mi amiga Paola, que era representante de una marca en nuestro país, fue otro huracán sin brisa. Finalmente, sin contarles el resto de las cosas que busqué, terminé cerca de las 9:00 de la noche… Pelo, pedicure, manicure, ropa y “detallitos”. Llamé a Armando y le dije que estuviera listo para las 10:00 de la noche, que pasaría por él, cual cenicienta. No hizo más que liberar una varonil carcajada y me dijo que estaría ansioso esperándome. Lo que él no sabía era que gozaría de una “impuntualidad programada”.

Llegué a su edificio cerca de las 11:00 de la noche. Le llamé desde el otro lado de la puerta, luego de ingeniármela para que el portero me dejara pasar, ya que nunca había ido a ese apartamento desde su regreso a mi vida. Le expliqué que era “su novia”, cosa que hasta a mí me sonó raro. “Hola, Armando. ¿Estás listo?”, le dije. Me dijo que sí. “Pues ábreme la puerta que estoy justo tras ella”, le contesté.

Cuando abrió la puerta, por lo que pude ver en su rostro, quedó boquiabierto por el espectacular vestidito escarlata que llevaba puesto, las zapatillas de tacón y los bien escogidos accesorios que eran muestra de la elegancia que, gracias a Dios, mi madre me ha transmitido a lo largo de mi vida (menos muchas veces es más). “Supongo que puedo pasar”, dije. Lo dejé atrás, llegué al centro de la sala con toda la firmeza que pude, mientras los nervios me mataban pero, ya estaba ahí. ¿Qué iba a hacer? “¿No nos vamos, Coh!rina?”, me preguntó. “Armando, el paraíso está muy cerca y no te das cuenta. Nuestra velada es justo aquí. La cena la haremos juntos, la disfrutaremos paso a paso y terminará con una deliciosa muestra de todo lo que… (me acerqué un 90% a su oído) siento en mí… Hoy tengo permiso para sentir”.

Nunca había sentido a un hombre temblar tanto. Armando estaba estupefacto. Tomé sus manos y rodee mi cintura con ellas. Con un beso tibio humedecí sus labios y no sé cuántos minutos estuve muriendo allí en ellos. Su perfume y el mío era una fusión de la eterna fragancia de amor que se hizo uno esa noche. No puedo decirles tanto como quisiera pero, esa noche era de ensueño. Entre sus brazos sólo escuché cuando dijo “Vale la pena esperar por ti”. Entonces fui yo quien liberó una pícara sonrisa. Cerramos nuestros ojos. “Buenas noches, Armando”.

por Coh!rina
La vida en tacones
Oh! Magazine, Listín Diario
Ed. 28 de febrero, 2009
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Fotografía: Gettyimages.com

1 comentarios:

Lechaparral dijo...

Alguien que este dispuesto a llevarme como pasajero??